jueves, 24 de mayo de 2012

Espacio-tiempo.

Parece ser que el Presidente del Consejo General del Poder Judicial tenía muchas visitas que hacer a los juzgados de Marbella. Nadie duda que en su día en los juzgados marbellíes debió de haber más de una, pero desde la desaparición política de Jesús Gil y del famoso “Cachuli” creíamos que la situación se había normalizado.
Pero parece ser que la presencia de Carlos Dívar era requerida repetidamente al punto que al laborioso presidente no le llegaba su semana laboral “caribeña” de martes a jueves (¿para qué funcionarios se amplió la semana laboral a 40 horas?) y tenía que hacer su trabajo los fines de semana y en hoteles de lujo.
No tengo elementos de juicio para pronunciarme sobre la legalidad de los gastos de D. Carlos. Pero algo falla en la legalidad si estos gastos no hay que justificarlos y en cambio se exigió en su día la justificación de los gastos reservados.
Y aún si fuese legal, lo que no fue su actuación es ética ni estética. Si un interventor, de la administración que sea, admite (no digo realiza) un gasto sin la suficiente justificación, puede irse preparando para lo que le espera. Incluso que el Tribunal Supremo, presidido por Dívar, le condene.
Pero es que la justicia tiene, a veces, dos varas de medir. La que aplican a los demás, y la que usan consigo misma. Si el funcionario de turno no envía el expediente exigido perentoriamente por un juzgado, por extenso y antiguo que sea el expediente, le espera una sanción. Si un ciudadano no acude puntualmente a una citación, sanción inevitable. Pero para ellos es distinto.
Porque este presidente, diligente en la inhabilitación cautelar del Juez Garzón y en sus múltiples actividades en Marbella, ha sido relativamente lento en otros asuntos. Ayer mismo era noticia que el asunto de la contaminación de Aznalcóllar (Doñana) en 1998, presunto delito ecológico, vuelve, como en un eterno juego de la oca, a la casilla de salida.
Al parecer, sus señorías del Supremo, y bajo la presidencia de Carlos Dívar, tras unos 11 años de ímprobo trabajo, han decidido ya quien tiene que instruir el caso. Como les encarguen a estos el juicio final, agotan media eternidad. Pero, claro, para ellos existe otro espacio-tiempo.

Rafa Castillo.

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