martes, 13 de marzo de 2018

toda la justicia. Ninguna venganza.

Estos días se habla mucho del asesinato del pequeño Gabriel. Y como en todo hay dos visiones.
Una negativa, que nos desazona a todos. Porque descubre lo más turbio de la naturaleza humana. ¿Qué puede pasar por una mente para llegar a matar a un niño inocente de ocho años y que además es el hijo de la persona a quien dices amar?
Pero también es negativa la respuesta que este hecho, condenable como ninguno, genera en muchos de nosotros. Tengo una hija y un nieto y solo pensar que alguien pudiese hacerles algo así, provoca mis lágrimas. Pero un acto criminal como este no debe hacernos traicionar nuestros principios, porque entonces actuaría como pretende actuar el terrorismo. Destruyendo los avances de nuestra civilización.
Justicia, sí. Y con toda su fuerza. Pero no, nunca, venganza. Y ver como miles de personas piden la vuelta de la pena de muerte, o utilizan este triste episodio para oponerse a la derogación de la cadena permanente revisable, eufemismo de la cadena perpetua que la civilización occidental había desterrado, hace que el crimen de Ana Julia haya servido para desenterrar nuestros instintos más primitivos.
Y también los conatos de racismo que este caso ha despertado por el origen inmigrante de la presunta asesina. No. La maldad no es cosa del país de procedencia, de la raza o del color de la piel. Es algo que está en nuestros genes más primitivos y que en cualquiera pueden despertarse. Y es precisamente la civilización la que los ha enterrado. Destruir los principios de esta civilización no hará más que agravar el problema. Es una idea tan peregrina como la de Donald Trump pretendiendo armar a todos para evitar los tiroteos.
Pero en este luctuoso caso hay también una visión positiva. Se trata de los padres de Gabriel. En una pareja separada, el apoyo mutuo que se dieron es ejemplar. Juntos, con una sola voz, abrazados en la búsqueda de su hijo. Y, conocido el trágico desenlace su templanza pidiendo que la hermosa solidaridad que su caso ha concitado no se torne en sed de venganza. Y que no se extienda la rabia, que no se hable de esta mujer más y que queden las buenas personas. Chapeau!
Y más me ha conmovido oír a esa madre, destrozada como tiene que estar por el dolor, sus palabras de consuelo a su expareja por el doble sufrimiento de perder a su hijo y que la causa fuese su actual pareja. Oírle referirse a él diciendo “pobrecito mío” también me hizo llorar.
He leído a mucha gente diciendo: que se la entreguen a la madre que ella sabrá hacer justicia. Y se imaginan a la madre descuartizando con sus propias manos a la asesina de su hijo. Haciéndole sufrir una muerte horrible con grandes y lentos sufrimientos. Pues no. Esta madre si sabe hacer justicia.
Gracias, Patricia, por esta gran lección.
Rafa Castillo.