lunes, 8 de agosto de 2011

Cuando ruge el Leviatán.

CAPÍTULO I
Cae la noche en el poblado. El día ha sido duro y los habitantes se recogen en sus chozas. Parece que ha cambiado el tiempo y al final habrá buena cosecha. Gracias al brujo de la tribu. Él nos dijo que haciendo grandes sacrificios contentaríamos a los dioses y vendría el buen tiempo. Y así ha sido. Nosotros, y nuestros hijos podremos comer durante un año. Ya ningún peligro nos acecha.
El último rescoldo de la hoguera de la choza se ha extinguido. La noche se ha hecho más negra mientras todos duermen. De pronto, el espeso silencio del poblado, se rasga con un sonido estremecedor. Todos se levantan aterrados. ¡Ha vuelto! El monstruo que nos amenazaba y había desaparecido, ha regresado.
Fuera de las chozas hablan unos con otros. Cuando hace meses el brujo nos pidió sacrificios no solucionó nada. Se equivocó. El monstruo no desapareció. Se fue pero regresó. Los más intrépidos de la tribu dicen que los sacrificios no sirven de nada. Que los dioses son ciegos y sordos y no nos hacen caso. Hay que preparar una estrategia. Hay que luchar contra el monstruo y vencerlo. Dominarlo y matarlo.
El monstruo sigue rugiendo. El brujo toma nuevamente la palabra. Dicen los dioses que los sacrificios estuvieron bien, pero hacen falta más. Además no todas las tribus de los alrededores hicieron los sacrificios suficientes. Algunos no cumplieron sus deberes y siguen teniendo deudas con los dioses. Y ahora todos tendremos que pagar más.
Los tantanes de las tribus no dejan de sonar. Los brujos de cada una se comunican para acordar cuáles deben de ser los nuevos sacrificios. El nuestro hace una propuesta, pero de otra tribu le responden que no es suficiente. Tenemos que ayudarnos entre todos para cumplir los designios de los dioses. Quieren más esfuerzos, más sacrificios. Y de todos. Todos en la ortodoxia que los dioses nos imponen. Al fin llegan a un acuerdo. Cada tribu ya sabe cual será su contribución.
Con dolor ejecutamos los sacrificios. Y esperamos. Nadie duerme en la tribu el resto de la noche. Nuestros oídos escrutan el silencio y nuestros corazones están tensos temiendo escuchar un nuevo rugido. Pero nada se oye.
Los primeros rayos de sol empiezan a asomar en lo alto de la Cordillera Sagrada de los Dioses. No ha pasado nada de noche. Se organizan expediciones de guerreros que temerosos recorren las zonas próximas a ver que ha ocurrido. Nadie se acerca a la Sagrada Cordillera. Allí el rayo divino los fulminaría.
Hemos tenido que entregar la mitad de las cosechas. Hemos tenido que entregar a nuestros primogénitos que habrán muerto devorados por el monstruo, pero eso es un mal menor. Nosotros y el resto de nuestros hijos podremos comer. Poco, es cierto. Pero sobreviviremos.

CAPÍTULO II
Al otro lado de la cordillera.
Ha amanecido también en la ciudad. Una ciudad moderna de pocos habitantes. Por las calles principales, circulan coches deportivos conducidos por jóvenes ejecutivos y automóviles clásicos en los que chóferes con librea conducen a los acaudalados banqueros a sus lugares de ocio.
Chabolas en las azoteas de Hong Kong by l3utterfish
Parece que nadie trabaja en la ciudad. Parece que funciona sola. Pero no es así. Eficientes esclavos sirven a sus amos con tal profesionalidad que apenas son perceptibles. Si un papel cae al suelo, en minutos desaparece como por arte de magia. Los esclavos no deben perturbar con su presencia la vida de los amos. Cuando no tienen que hacer deben de regresar a los barrios bajos en las traseras de los edificios de los potentados. Al fin tienen mejores condiciones de vida que sus familias.
Ellos son los que hacen trabajar la ciudad. Ellos son los que mantienen los servicios de ocio para sus amos. Ellos hacen funcionar el holograma que se hace visible desde el otro valle una noche después de las cosechas. Ellos hacen sonar el potente amplificador que emite aquel desgarrador sonido que un día escucharon.
Ellos almacenan la comida que acaba de llegar a la ciudad. Ellos adiestran a los niños y jóvenes que han llegado con los alimentos en sus futuras tareas.

EPÍLOGO.
Esta historia ha habitado mi cerebro todo el día de hoy hasta ahora que la plasmo. La inspiró no una Musa del Olimpo. La inspiraron las noticias de la radio. Cuando oía al conductor del programa y los contertulios relatar los movimientos de los últimos días y esperar expectantes y con emoción contenida la apertura de las bolsas o el nuevo valor de la prima de riesgo.
Archivo:Bolsa Mexicana de Valores.png
Recuerdo que cuando aparentemente los estados mandábamos en la economía, las reuniones de los G-7 o G-20 eran casi actos sociales, intensos pero relajados donde las decisiones se tomaban en reuniones presenciales y las más importantes, seguramente, a los postres o cafés de una comida distendida.
Pero esta semana no. Ayer no. Las videoconferencias recorrían el ciberespacio como lo hacían en las selvas primitivas los sonidos del Tantán. Gobernantes nerviosos, privados de sus vacaciones se colgaban de teléfonos, cámaras y ordenadores día y noche, jueves y domingos.
Y llegó el momento en que no se podía hacer más. Pero no de la relajación. La noche del domingo tuvo que ser de insomnio. ¿Qué harían los mercados? ¿Hicimos lo suficiente o no? Presidentes y ministros esperarían las noticias en sus despachos o reunidos en un intento de conjurar la maldición. Políticos opositores, en sus lugares de descanso estarían acostados seguramente con las radios encendidas y las baterías de sus móviles totalmente cargadas para reaccionar según los acontecimientos.
En las redacciones de los informativos los periodistas que realizarían los programas de la mañana tenían claro el guión del programa. Igual que el hombre del tiempo cuenta en cada hora las variaciones producidas, o el locutor deportivo va dando el minuto y resultado del partido, ellos llenarían el programa con la información puntual de la evolución de los indicadores. Y para abrir el programa, como las previas de los partidos. Describir la alineación e intentar adivinar las tácticas.
Y al otro lado de la Cordillera Sagrada de los Dioses, el PODER que maneja y dirige la mano invisible del mercado, los amos del Leviatán, recontando beneficios y preparando la siguiente jugada del ajedrez. Neutralizadas las torres española e italiana, es hora de atacar la dama francesa para poder dar tranquilamente el jaque al rey alemán.
Rafa Castillo,

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