miércoles, 26 de noviembre de 2014

Esto es, como tu ya sabes, el Barrio Sésamo. (la lalá lalalalá lalá...)

¡Hola amigos! Soy Coco y hoy le voy a explicar a mi amiguito Marianico como se combinan los conceptos de Ley, Política y democracia.
Fijaos que Marianico ha dicho que “la política no puede ser alternativa a la aplicación de la ley… Estaríamos haciendo una afirmación profundamente antidemocrática”.
Mira, Marianico:
Hitler tenía ley, y crematorios.
Videla tenía ley y desaparecidos.
Pinochet tenía ley y Víctor Jara.
Franco tenía ley y represión.
Stalin tenía ley y Gulag en Siberia.
Los romanos tenían ley y circo.
Hace unos siglos había ley e inquisición.
¿Ves? La ley no es intrínsecamente buena. Depende de quien la haga, para que la haga y como la use.
Ahora vamos a ver la política.
Un niño muy listo que se llamaba Aristóteles dijo que el hombre es un animal Político.
La Política es buena. La política no.
Los Políticos son buenos. Los políticos no lo sois.
La Política sirve para hacer Leyes. Para adaptar el orden legal a los deseos de la sociedad que sirve.
La Ley no es un corsé. Las modas cambian y las leyes tienen que adaptarse a la realidad social.
A ti no te eligieron para presidir el Supremo o el Constitucional. Te eligieron para gobernar, para hacer Política.
¿Por qué no dejas de hacer política y empiezas a hacer Política?
La Democracia es el gobierno del pueblo. Y sirve para que las Leyes sean adecuadas a la voluntad social.
Con la Democracia los pueblos eligen los Políticos que tienen que hacer las Leyes.
¿Ves Marianico? La Democracia es la buena conjunción entre Política y Ley.
El próximo día le explicaremos a Arturito Más la relación entre democracia y ámbito de votación.
Rafa Castillo.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Siempre socialista

Ha caído la gota que colma el vaso. Ya está enrasado. El menisco alcanza el borde del recipiente y la próxima gota hará rebosar una lámina de líquido sobre la que saldré surfeando. Será el fin de una historia de 32 años.
La verdad es que llevo tiempo pensándolo. Esperando una señal de esperanza. Pero ya no puedo más. Hasta ahora era lo que más se acercaba a mi pensamiento. Pero no puedo enterrar más coherencia. La situación exige cambios importantes, radicales para dar a los ciudadanos lo que necesitan. Una esperanza de cambio real y realista, una vuelta de la izquierda socialista a los principios de los orígenes con ideas modernas. Pero no. Nos empeñamos en profundizar en la estupidez sin darnos cuenta de que ya no se conforma nadie con el simple maquillaje. Que hace falta un a cirugía estética. Y ética.
Con la misma velocidad con la que cambiamos la Constitución y prostituimos su espíritu, hemos hecho un pacto con el PP de cuyos dos posibles motivos, no sé cuál es el que menos me gusta. Hemos pactado publicar el coste total de los viajes sin desagregar. ¡El parto de los montes! Pero si eso ya figura en la liquidación del presupuesto del Congreso.
Si el pacto se debe a que estamos de acuerdo de no hacer públicos los viajes que se hacen, es que seguimos autistas sin saber lo que opina la calle. Si pactamos, pero nosotros lo publicaremos todo, ¿para qué lavamos la cara del PP? ¿Para seguir dando pábulo a lo de PSOE PP la misma…?
A ver. No soy un antisistema que crea que los diputados deben pagar sus viajes de trabajo de su bolsillo, ni que diga que si no están en el hemiciclo no trabajan. Un diputado trabaja hasta leyendo la prensa. Pero, ¿Cuál es el problema de que se sepa cuantos viajes hacen, a donde y a qué?
El 15-M comenzó un proceso que no han sabido interpretar. Tal vez porque miraron con desprecio a aquellos “perroflauta”. Y eso fue un gran error. Yo, que ya me sentía indignado, no con el gobierno, sino con el Poder, me acerqué al movimiento, a la calle. Me gustó como veían la situación. Entendí sus reivindicaciones. No compartí sus soluciones. Pero me ayudó a comprender que nos habíamos alejado de la sociedad, de nuestros votantes que ya no encontraban esperanza en nosotros.
Nunca aspiré a nada en el partido. Miento. Siempre aspiré a todo, pero nunca esa aspiración me hizo romper mi coherencia. Nunca lamí un culo para logar algo, y el resultado fue el esperado. Nunca logré nada. Pero tampoco me importa. Siempre fui un militante incómodo, crítico, pero leal al partido, a mis ideas y a mi mismo. El propio Pepe Blanco lo reconoció en una comida con militantes. Y cuando era secretario general del PSG, Paco Vázquez tuvo que soportarlo en otra. En fin. Tiempos.
Hoy es un día triste en el que abro un pequeño periodo de reflexión que posiblemente me lleve a la salida del PSOE. Una sola ocurrencia más como la de ayer será definitiva. Mientras escucharé a mis amigos y amigas que quieran opinar. No me servirán de nada aportaciones sentimentales sobre el partido que quiero. Necesito razonamientos serios, a favor y en contra. Después de estos días, seguiré dentro con más fuerza, o me iré fuera sin dejar de ser Socialista. Al fin soy un solo garbanzo que no se echará en falta en el cocido. Pero me duele esta decisión.
Tal vez, si un día el partido toma un nuevo rumbo, vuelva a encontrarme con él. Si no, me encontrareis en otro proyecto desde el que pueda poner mi granito para construir (reconstruir) izquierda.
Rafa Castillo.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Incentivar la dimisión selectiva

Quizás sea un fallo del sistema educativo pero da la sensación de que nadie sabe conjugar la primera persona del presente de indicativo del verbo dimitir. Y esto nos pone en un grave problema cuando alguna persona resulta imputada.
Hace unos días mantenía la tesis de que cuando un político resultaba imputado en firme, debería dimitir, ser cesado o eliminado de futuras candidaturas. La apoyaba en que la política no es una forma de vida, que nadie es imprescindible y que la política no tiene que ser justa, sino ejemplar. Y, aunque sigo manteniendo estas tres últimas afirmaciones, la reflexión no debe cerrarse nunca (no se debe ser predecible como dice Rajoy con orgullo) y estoy en proceso de elaborar una nueva idea.
A ello han contribuido en gran parte diversas entrevistas, debates y opiniones vistos estos días en los medios, con reflexiones profundas y salidas de pata de banco. Entre las primeras, la situación moral de quien se sabe inocente y acusado injustamente. En un país donde nadie dimite, su dimisión lo dejaría a los pies de los caballos, como si su renuncia fuese la aceptación implícita de su culpabilidad, y viendo buitres mediáticos y políticos revolotear sobre su aún caliente cadáver político. Y cuando se demuestre su inocencia ya nadie se acordará de él y la noticia ocupará un pequeño recuadro en el fondo de una página par de los diarios. Además, partiendo de que su cargo no es suyo sino nuestro, se nos privará a los ciudadanos de un buen político en el que habíamos puesto nuestra confianza.
Queda la opción de que sea cesado por sus superiores. Pero la política, como todo en la vida, crea relaciones humanas de amistad, de cariño, de respeto. ¿Se me puede exigir que cese a un colaborador de cuya inocencia estoy convencido por el hecho de estar imputado? ¿Si resulta finalmente inocente, con qué cara podré mirarlo?
Entre las salidas… la propuesta de la posibilidad de revocación de los cargos. Sonar, la música suena bien, pero habrá que ver la letra. Pasaríamos la vida votando revocaciones, y por muchos votos a favor que hubiera nadie nos garantizaría no cometer los errores indicados anteriormente. Las ideas son elegibles y por eso se someten a votación. Pero la condición moral de una persona no es votable y menos cuando entre los votantes puede haber muchos con menos catadura moral.
¿Cuál es entonces la solución?
Lo que planteaba al principio, conjugar bien el verbo dimitir. Pero esto tiene un problema. Posiblemente acaben dimitiendo más los inocentes, hartos de soportar la presión de los focos, que los inmorales que no tienen nada que perder, y que mientras sigan en el cargo se seguirán beneficiando de él. Por tanto la clave tiene que estar en “incentivar la dimisión selectiva”.
Partamos de una premisa. El condenado no es indigno de su cargo ¡y de su sueldo! desde la fecha de la condena en firme, sino desde que cometió sus actos. Por tanto podemos considerar que al menos (dada la imposibilidad retroactiva de las medidas que limiten derechos) que esa persona es un ocupa de su cargo, y perceptor indigno de sus retribuciones, desde el momento que es imputado. Por tanto podemos considerar que sus percepciones por su cargo lo son en precario desde ese momento. Y si resulta condenado deberá proceder a su devolución total más una sanción en forma de recargo sobre las mismas. Así, permanecer injustamente en su cargo dejaría de producirle beneficios y al contrario le resultaría gravoso. Y si el resultado judicial fuese la inocencia, podría inclusos ser gratificado.
Se dirá: eso es una incautación. Puede ser, como los desahucios y las preferentes. ¿Dónde está el problema?
Sería una solución justa y efectiva.

Rafa Castillo.