domingo, 19 de julio de 2020

El ocaso de los dioses.


Empecemos, para dejarlo bien claro, con una declaración de principios: no soy monárquico. Soy republicano. Pero al mismo tiempo he de decir que el debate monarquía vs república es el que menos me interesa. Primero porque es imposible con la actual composición parlamentaria que refleja, no olvidemos, la composición social. Y entrar en propósitos imposibles no genera más que frustraciones. Segundo, porque entre la monarquía sueca y la república húngara, tendría claro que elegir. En cuanto a mi opinión sobre la “inviolabilidad del Rey” consultar la anterior entrada: https://rafacastillo2.blogspot.com/2020/06/el-rey-irresponsable.html.
Y tercero porque hay objetivos mucho más importantes de que hablar. Un nuevo pacto social, una mayor justicia fiscal, el reforzamiento de los servicios públicos, el reconocimiento constitucional de los avances que sin duda logramos en estos 45 años, la mayor integración y solidaridad en la UE que debería aspirar a ser con el tiempo un Estado Federal. Momento en el que desaparecerían todas las monarquías europeas. Y esta conclusión no es mía. Lo dijo, a finales de los 80, Sofía de Grecia, reina consorte de España.
Pero retrocedamos en el tiempo, incluso a antes de que derrocásemos, no olvidemos que con una flebitis, al dictador Franco. Este había nombrado a Juan Carlos de Borbón su sucesor en la jefatura del Estado a título de Rey. Y en esa sucesión incluía todo el poder absoluto que tenía el general superlativo.
Conocía el hecho pero lo recordó ayer un periodista en una tertulia. En 1974 el entonces príncipe envió un emisario a Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de España, para pedirle que no se opusieran a su nombramiento y garantizarle que el PCE sería legalizado. Carrillo se lo comentó a sus compañeros de ejecutiva, pero, por ser quien era, no les dijo quien era su interlocutor. Con los años, en unas declaraciones dijo que el enviado del príncipe era, nada más y nada menos, que Nicolás Franco, hermano del dictador.
Y sin duda los hechos demuestran que no fue este el único movimiento internacional que hizo para asegurar el apoyo internacional a la transformación democrática de España.
El 20-N de 1975, la flebitis, como dijimos derrotó a Franco. Y en consecuencia en los días siguientes se realizaron dos actos de Estado. El 22-N, Juan Carlos fue proclamado Rey. El 24, el funeral y entierro de Franco. En este el personaje más visible fue Augusto Pinochet, a la sazón dictador de Chile. Y el funeral lo ofició el ultraconservador cardenal de Toledo y primado de España.
En la proclamación del Rey, destacó la presencia de Valéry Giscard d'Estaing, presidente de Francia que de algún modo apadrinó a Juan Carlos. Y la misa de Estado que se celebró días después fue oficiada por el Presidente de la Conferencia Episcopal, Vicente Enrique y Tarancón apodado por sus detractores el cardenal rojo y al que los fachas abucheaban con la frase, Tarancón al paredón.
Por cierto en su homilía el cardenal hizo al Rey una clara petición de serlo de todos los españoles y buscar la reconciliación nacional, restituir las libertades y promover la democracia. La prensa internacional sorprendida especulaba si ese mensaje tenía o no el beneplácito de Juan Carlos, y a todos los que teníamos entonces inquietudes políticas nos abría una tímida esperanza.
El Rey mantuvo como presidente del gobierno a Arias Navarro que había sucedido en el puesto a Carrero Blanco después de que ETA lo elevara a los cielos, y quien (Arias) había mostrado un cierto aperturismo con el llamado espíritu del 12 de febrero y su Ley de Asociaciones. Se nombraron ministros a alguno de los personajes más aperturistas del régimen como Fraga y Areilza. Pero Arias había cambiado y después de su patético “españoles, Franco ha muerto” se consideró el albacea político del dictador.
En junio del 76, el Rey hizo un viaje oficial a USA y, cosa poco frecuente, fue invitado al Capitolio a pronunciar un discurso ante el Congreso de los EEUU. Recuerdo ese discurso y el impacto que tuvo no solo a través de la prensa española si no de la emisión internacional de radio París, que en mi casa se escuchaba todas las noches. Buscando la literalidad en internet de la intervención, destaco el siguiente párrafo:
"La Monarquía hará que se asegure el acceso ordenado al poder de las distintas alternativas de gobierno, según los deseos del pueblo libremente expresados". "La Corona ampara a la totalidad del pueblo y a cada uno de los ciudadanos, garantizando, a través del derecho y mediante el ejercicio de las libertades civiles, el imperio de la justicia".
El 1 de julio, tras una tensa reunión entre ambos, Arias amenazó al Rey con dimitir si este no desmentía las interpretaciones de la prensa sobre su discurso. Incluso se había publicado un off de record de Juan Carlos en el que este decía que quería democratizar el país, pero Arias era una rémora. Los mentideros políticos de la época afirmaban que cuando le dijo de dimitir el Rey lo puso a la firma un documento de dimisión ya escrito.
No voy a hablar de las demás actuaciones positivas que se produjeron en su reinado como el 23-F, la conferencia de paz de Madrid o su papel internacional sobre todo con la comunidad hispanoamericana. O el reconocimiento que hizo a México por haber acogido a los exiliados de la República.
Lo grave es que tras esa buena actuación pública, se escondía, dicho sin paliativos, un presunto delincuente. Como en la novela “El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde”, hay dos personajes en Juan Carlos. Una visible y otra oculta, de la que algo se intuía, aunque nadie podía sospechar que llegase a tanto.
 Las dos veces que el rey Juan Carlos le dijo a Felipe que se divorciara
Y así, quien pudo pasar a la posteridad como el mejor Rey de la historia de España acabó enterrado en su propio barro.
Solo le queda al emérito una salida digna. Reconocer su error, abandonar la Zarzuela, y tal vez el país, y restituir al Estado lo que quede de su fortuna.
Y si no, Felipe tendrá que tomar la decisión más dolorosa para un hijo: “matar” al padre.
Rafa  Castillo.