miércoles, 3 de mayo de 2017

Intervención en la inauguración de la exposición de la vieja cárcel de Lugo.

Buenas tardes, amigos y amigas.
Casi no parece una cárcel! Muchas gracias al ayuntamiento de Lugo por hacer agradable este espacio que hoy nos acoge y que permite tener esta exposición y este acto. Pero no olvidemos (llamemos a las cosas por su nombre) que hace 80 años este edificio fue el zulo en el que aquellos terroristas tuvieron secuestrados a nuestros abuelos.
Hoy entramos aquí, por esa puerta, con emoción, como hombres y mujeres libres que viven en un Estado democrático, y en una sociedad tolerante. Con problemas, pero tolerante. Y saldremos como entramos, saludándonos y mismo abrazándonos, emocionados, libres, con la misma o más tolerancia, y en el mismo Estado democrático. Con sus carencias, pero democrático.
Pero hace 80 años nuestros abuelos entraron por esta misma puerta. No con emoción, sino con miedo. No libres, sino presos. No en un Estado democrático, sino en una tiranía. No en el seno de una sociedad tolerante, sino en el seno de una sociedad crispada y cainita.
Y también salieron. Unos en una seudolibertad controlada en el mismo Estado totalitario, para vivir en el miedo los años de la represión. Algunos, quizás, hacia el destierro. Muchos salieron como salió Antonio Reboiro, mi abuelo. Porque Antonio Reboiro también salió de este edificio. Pero salió por la puerta de atrás. No salió libre, sino esposado. No hacia su casa, sino camino del muro junto a lo que fue asesinado.
Desde que supe su historia he hablado muchas veces de Antonio Reboiro. Incluso en otros actos como este a los que fui invitado. Y seguiré hablando de él, con legítimo orgullo, toda mi vida. Seguramente esperéis que hoy también lo haga. Pero no. La diferencia de algún importante líder que nos gobierna, yo no soy previsible. Lo siento, pero son de izquierdas. Además, mejor que lo haría yo, ya lo hizo mi madre en el vídeo que hay en el museo.
Por eso hoy quiero hablaros de una gran mujer. De una mujer de cuerpo menudo pero con un gran corazón, con un gran espíritu. Hoy quiero hablar de la Bernarda. De mi abuela. De todas las Bernardas, de todas las abuelas, porque seguro que cada uno de vosotros tuvo una Bernarda en su familia.
La Bernarda vivió viuda 60 años hasta morir a punto de cumplir los 104. Porque la Bernarda fue viuda antes de que hubiese muerto su marido. Enviudó el mismo día que su marido entró por esa puerta. Y esta gran mujer tuvo que levantar su casa. Sacar adelante, en un ambiente hostil, su pequeña explotación agraria de subsistencia. Cuidar a su suegra anciana y enferma. Y criar ella sola, en una sociedad machista, cuatro hijos, dos de ellas muy pequeñas.
La Bernarda venía a Lugo a ver a Antonio. Caminaba a pié más de diez kilómetros para coger en Bóveda el tren que la traía la esta ciudad. Venía siempre con el miedo de encontrarlo ya muerto. Y regresaba a su casa con una moderada esperanza al verlo vivo. Imagino la emoción con la que apuraba el paso en el regreso para abrazar y besar a sus hijos y darles la buena noticia.
Excepto una vez. Hubo un día que vino a Lugo, no con miedo, sino llena de esperanza, de alegría. Era un día perfecto, de alegría y felicidad. Era el día 7 de marzo de 1938, y la Bernarda llevaba en el bolso a carta del indulto. Por fin acababa la pesadilla!
Pero cuando llegó ya lo habían linchado esa misma noche. No quiero imaginar ese regreso. La lenta marcha del tren de vapor. El largo recurrido a pié pensando en cómo contarles a Isaac y a Milín que habían matado a su padre. Pensando en cómo ocultar las lágrimas a sus hijas de 3 y 5 años. No puedo imaginar ese nuevo encuentro en casa con sus hijos.
Y la madre Bernarda, como le gustaba que la llamáramos los nietos, vivió un largo luto de 58 años. Pero desde su dolor nos dio fuerza y alegría a sus hijos, a sus nietos y a sus bisnietos. Gracias, Bernarda. Muchas gracias a todas las Bernardas.
Y para finalizar, hoy quiero aprovechar que estoy aquí para pedirle a Lara, la alcaldesa de Lugo, y a todo el ayuntamiento un nuevo favor.
Yo no visito los cementerios el día de difuntos. Ni guardo luto. Yo llevo a diario, como todos, a mis difuntos en la mente y en el corazón. Pero mucha gente sí necesita visualizar su dolor. Necesitan una tumba sobre la que cerrar el duelo, junto a la que rezar, en su caso.
Nuestra sociedad tiene una deuda con toda la gente que murió injustamente asesinada y sus familias. Pero también sé que identificar los restos es un gasto muy grande que este país en crisis no puede permitirse, y por mi parte renuncio a reclamar a la gente joven, a la gente de hoy que no tiene culpa del pasado, ese esfuerzo. No quiero darle pretexto a alguno miserable para decir, desde su chulería insufrible, que sólo nos acordamos de nuestros muertos cuando hay subvenciones.
Tampoco queremos una chapuza como se hizo con los muertos del Yack-42 y que se repartan los restos a peso. Os pido, que busquéis una alternativa digna. Y propongo una posible solución, si legalmente es factible.
Que se incineren todos los restos juntos. Al fin llevan ya juntos 80 años. Mantener la mayoría de los restos en la actual fosa, tal vez otra parte en este museo, y repartir una pequeña cantidad la cada una de las familias que lo soliciten. Y si no, darnos una porción de la tierra que los cubre. La tierra puede reponerse. Esta entrega podría hacerse en un acto de homenaje a todos desde el ayuntamiento de Lugo.
Luego cada familia podría darle la esos restos el destino que decida. Y podrían hacer en su ámbito a homenaje que quieran. Nos, seguramente, los llevaríamos a la tumba de mi abuela. Al fin, 80 años después, Bernarda y Antonio podrían descansar juntos. Y Luz y Paz, mi madre y mi tía, podrían llorar y rezar ante los dos juntos.
Muchas gracias.
Rafa Castillo.