martes, 14 de julio de 2015

Europa, sí. Pero no así.

En 1962 el IV Congreso del Movimiento Europeo (para los franquistas el Contubernio de Múnich) estableció que la integración, ya en forma de adhesión, ya de asociación de todo país a Europa, exige de cada uno de ellos instituciones democráticas. Y desde entonces todos los españoles, y griegos y portugueses, soñábamos con integrarnos en Europa como culminación de la instauración de la democracia en nuestros países.
Esa era la Europa que queríamos y la que avanzó durante más de 30 años en una senda de integración, de progreso y de solidaridad hasta mediados de los 90 con personajes como Mitterrand, Kohl, Felipe y Delors. Pero desde entonces iniciamos una senda recesiva que demuestra, una vez más, que no aprendemos de la historia.
Alemania debería ser la primera que recordase lo que significó al final de la primera guerra mundial el Tratado de Versalles en 1918. Se dice que los alemanes tienen un miedo atávico a la inflación por el efecto que esta tuvo en la caída de la República de Weimar. Pero olvidan que el principal origen del nacismo fue la humillación alemana impuesta en aquel tratado.
En el 321 AC, los samnitas derrotaron a los romanos haciéndoles pasar bajo las Horcas Caudinas. El general samnita desoyó así el sabio consejo de su padre. “desátalos y libéralos, o mátalos a todos”. El anciano explicaba que si dejaban libres a los romanos tras desarmarlos, podrían obtener el respeto y aun la amistad de Roma; aunque si ejecutaban a todos los romanos, entonces Roma sería tan débil que no constituiría una amenaza durante muchos años. Su hijo le preguntó si no existía una alternativa intermedia, a lo que Herenio respondió que sería una completa locura, ya que dejaría a los romanos deseosos de venganza sin haber sido debilitados.
El pasado día 11 los vecinos de A Pobra do Brollón conmemoramos la revuelta Guímara. Efectivamente nuestros antepasados celebraron bajo el árbol de Brollón un referéndum sobre el nuevo impuesto que la Condesa de Lemos, Ángela Merkel, quería imponerles. Los vecinos decidieron, por amplia mayoría, oponerse al nuevo tributo. Pero la superioridad militar del condado se impuso. Y hubo que pagar. Pero, como siempre, los ciudadanos libres se resisten a la humillación. Y obligaron a los recaudadores a agacharse a recoger el tributo bajo las puertas.
¿Cuánto tiempo aguantaremos la humillación los ciudadanos europeos?
Rafa Castillo.

jueves, 9 de julio de 2015

Objeción de conciencia.

El Tribunal Constitucional acaba de reconocer la objeción de conciencia de un farmacéutico para no dispensar la conocida como píldora del día después por considerarla abortiva y estar, por tanto, en contra de sus convicciones.
La primera consideración es si la condición de abortiva está al albur de cualquiera o la definen las instituciones sanitarias pertinentes o la Organización Mundial de la Salud. Reduciendo al absurdo, un ferretero podría objetar la venta de cuchillos de cocina por considerarlas armas blancas, o incluso alguien podría denunciar por tráfico de armas a un banco que por abrir una cuenta regala un lote de cuchillos.
Constitucionalizar que la consideración personal de cada uno pueda definir que lo que la OMS considera anticonceptivo es abortivo, nos llevaría a cientos de situaciones imprevisibles que crearían inseguridad entre los usuarios de los servicios.
Por otra parte, el derecho a la objeción de conciencia no puede ser nunca absoluto y prevalecer siempre sobre los derechos de los demás. Se dice que la usuaria a quien se le denegó la dispensación tuvo la opción de acudir a otra farmacia. Y puede que en este caso fuese así. Pero, ¿Qué pasaría si habitase una zona aislada (pongamos una isla pequeña escasamente habitada) donde no hubiese fácil acceso a otra farmacia? ¿O si todas las farmacias de una amplia zona geográfica objetaran? ¿Limita la geografía el derecho de objeción?
Una de las situaciones típicas de la objeción de conciencia fue, en su día, la objeción al servicio militar obligatorio. Pero este derecho tenía una contrapartida que no ponía a quien lo ejercía en una posición mejor que a quien no. Había que hacer una prestación social substitutoria. Pero imaginemos ahora que en el ejército profesional, una persona accede a un puesto de trabajo en él, pero objeta al uso de armas o participar en operaciones militares. Volvemos al absurdo.
Porque, reconociendo el derecho personal a la objeción de conciencia, este debe decaer cuando se ejerce un servicio público o públicamente regulado. Si yo soy médico y no quiero practicar abortos legales, puedo dedicarme a la medicina interna o a la hostelería, pero no copar las plazas de ginecología impidiendo un derecho de los usuarios.
¿Permitiríamos que un testigo de jehová, que objetan contra la transfusión sanguínea, impusiese su criterio moral en un quirófano?
Rafa Castillo.

miércoles, 1 de julio de 2015

Los referéndums los carga el diablo.

Ya fue un debate cuando se restauró la democracia en España. No en vano la Ley del Referéndum Nacional era una de las seis Leyes Fundamentales (pseudoconstitución) del Movimiento Nacional. Y que recuerde Franco la utilizó dos veces, con un éxito tan sonado que en España había más franquistas que habitantes. Pero es indudable que, descontando el probable pucherazo, una amplísima mayoría de ciudadanos participaba y votaba a favor.
La institución del referéndum se dota siempre de un indudable carácter plebiscitario, y por tanto maniqueo. Buenos y malos, o conmigo o contra mí. Por eso es habitual que las dictaduras y los populismos intermedios entre dictadura y democracia los utilicen. El ciudadano vota normalmente no con la cabeza sino con el corazón, movido por emociones y no por la razón.
Ello no quiere decir que no tenga madurez para votar. Nada más lejos de mi voluntad que poner en duda la democracia y todos sus instrumentos. Pero el mundo de hoy es muy complejo y es difícil encontrar problemas cuya solución sea tan fácil como un sí o un no. E igual que me asustan los políticos predecibles como Rajoy, aquellos que ya saben la solución antes de que se plantee el problema, y prefiero a los que piensan, reflexionan, consultan y luego resuelven, tampoco me considero capacitado, y como yo la mayoría de ciudadanos, para saber siempre que es lo mejor.
Yo creo que las democracias occidentales, totalmente perfectibles y necesitadas de regeneración, nos dan, sin embargo, la mejor solución. Cuando votamos a un partido político votamos por un sentimiento que representa, pero también a una trayectoria, una historia, un ideario, un programa y unas propuestas. Y a unas personas visibles en las que depositamos nuestra confianza en que actúen en nuestro nombre siguiendo aquellos condicionantes. Puede fallar, pero es corregible. Por eso las elecciones son periódicas.
Y es que además la política hace extraños compañeros de cama, o, dicho de otro modo, hace a extraños, compañeros de cama. La situación que vivimos trae en parte su origen en el Referéndum en Francia sobre el proyecto de Constitución Europea. Y en aquel Referéndum votaron el contra tantos los ultranacionalistas de Le Pen, que no querían Europa, como elementos de la izquierda que querían más Europa. Y al final, no hubo Europa. No cabe duda que un debate y negociación en la Asamblea Nacional Francesa hubiese propiciado un acuerdo entre los partidarios de la Constitución y los de mayor integración.
Y ahora tenemos el Referéndum griego. Y, reconociendo que los griegos tienen el mismo derecho que tuvieron los franceses a decidir su futuro, me asusta ver en el mismo bando de Syriza a los fascistas de Amanecer Dorado. Otra vez un extraño en mi cama. Y luego hay que ver como se gestiona con ellos ese resultado.
Ocurre además que Grecia, como antes Francia, no lo olvidemos, va a decidir en su Referéndum el futuro de todos. Como pretende hacerlo también Cameron en el reino Unido.
Entonces, después de ver la troica, las instituciones, los bancos, algunos gobiernos egoístas y pueblos que deciden unilateralmente el destino de todos, mi pregunta es: ¿Alguien sabe donde está el Parlamento Europeo? ¿Y por qué no un Referéndum de todos los ciudadanos europeos en circunscripción única sin territorializar los resultados sobre la Europa que queremos construir?
Y por supuesto. En el Referéndum griego votaré (si pudiese) NO.
Rafa Castillo.