sábado, 14 de mayo de 2011

Tengo suerte. Soy un factor de producción.

Todos los humanos nacemos desnudos, pero algunos más desnudos que otros. Para el mercado, que todo lo domina, las personas ejercen dos papeles en la economía. El trabajo, factor de producción junto a la tierra y el capital, y el consumo como elemento fundamental de la demanda.
Y todos nos vemos representados en ambos roles y como tales actuamos. Pero el mercado, frío como un témpano, olvida a los más desnudos. Los que ni tienen trabajo ni capacidad de consumir, y dejaba tradicionalmente su solución a la caridad.
Desde que Cristóbal Colón emigró a América, creo recordar que sin “papeles”, los factores no inmóviles de producción, trabajo y capital, se fueron moviendo de un lado a otro cada vez con mayor libertad. Pero los otros, los desheredados de la tierra, carecen de ese derecho.
Nadie se opone a que nuestros países los visiten los consumidores, turistas o compradores, y cuantos más mejor. Cuando la economía crece y el paro se reduce al límite, nadie impide que inmigrantes del tercer mundo vengan a realizar los trabajos que los nacionales desechamos.
Pero ahora, en crisis, ya sobran también. Y surgen los nuevos fascistas en partidos de extrema derecha como en Dinamarca, o en partidos de la derecha clásica como algunos en el PP español, que calientan a las masas incitándolas a pensar que el origen del paro está en los extranjeros que ocupan “nuestros” puestos de trabajo. Olvidan que la crisis no la provocaron los inmigrantes sino “nuestro” capital, y olvidan que los trabajos que “nos quitan” son los que ninguno queríamos hace tres años.
Y entre tanto Europa avanzando vertiginosamente hacia atrás, cuestionándose el espacio de Schengen y cerrando las fronteras, como Francia con Italia hace unas semanas, o actualmente Dinamarca.
Como decían los jóvenes de los años sesenta, que paren el mundo que yo me bajo.
Rafa Castillo.

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