lunes, 6 de junio de 2011

Necesito escribirlo.

Desde que nací he pasado muchas vacaciones en la casa natal de mi madre, y muchos findes. Incluso viví un año en la que fue casa de mis abuelos. Desde que hace 20 años nadie vive en ella la visité varias veces. Pero solo el piso de arriba. Abajo eran las cuadras. Hoy coincidió. Al pasar delante de lo que recuerdo como cuadra de los cerdos mi madre me dijo. Ven. Cruzando el espacio en el que en su día hubo una puerta había un habitáculo de 2,5x2 metros. Tenía otra entrada a lo que llamábamos taller, y tras una pared de piedra el lugar donde hubo una zapatería (no de venta, de reparación artesanal de calzado) donde luego yo recuerdo conejos. Y al otro lado un pasadizo estrecho que daba a la cuadra de las vacas, por donde él pasaba a las noches para subir a casa.
Hoy estuve en el zulo en el que se refugió mi abuelo hasta que los fascistas lo encontraron. El lugar en el que mis tíos Milín e Isaac tuvieron que quitar a la fuerza la hierba hasta dejarlo al descubierto ante sus verdugos. El sitio en el que mi abuela Bernarda, mi tía Paz y mi madre Luz (de 3 y 5 años) presenciaban impotentes tan turbia escena.
Hoy, en ese Templo de la libertad, de la lucha por los derechos, de la dignidad, de la resistencia, de los guímaros, guardé por unos instantes un respetuoso y orgulloso silencio. Hoy regresé a casa llorando. Hoy tengo más ganas de luchar que nunca. Hoy estoy más indignado que nunca.
Rafa Castillo.

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