lunes, 19 de septiembre de 2011

Recordando a Dickens

El rey Juan Carlos ha recibido en su despacho a la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre
Cuando un gobernante, estatal o autonómico, visita al Rey debe, y más si se define como monárquico, tiene que tener un exquisito cuidado en dejar al Jefe del Estado al margen de sus opiniones políticas, ya que lo contrario desprestigia a la monarquía haciéndola sospechosa de partidismo y estragando el consenso que nos ha permitido crear y mantener esta democracia. Y lo digo yo, que no soy monárquico.
Por eso, las declaraciones de Esperanza Aguirre a la salida de su visita al Rey, son absolutamente impresentables. Así, doña Espe ha dicho que no ha tratado sobre la polémica de la educación que estos días protagoniza la actualidad madrileña porque "Su Majestad está para ocuparse de los problemas de España", pero sí ha opinado que es necesario hacer cambios en la economía del país para gastar menos.
Y añadió: "Para explicarnos claramente: si la educación es obligatoria y gratuita en una fase, a lo mejor no tiene que ser gratuita y obligatoria en todas las demás fases. Hay que cumplir las leyes y hacer todo lo posible para que se pueda ahorrar de cada lugar".
Al fin, su seguridad de ganar les hace asomar su programa oculto que es el mismo que mantienen desde que, Felipe primero, y Zapatero después construyeron el incipiente estado de bienestar. Y ese programa oculto no es, ni más ni menos, que el fin de ese estado.

Porque lo que dijo Aguirre es que haya un nivel mínimo de enseñanza obligatoria y después que estudie... ¿quién quiera? ¡No! ¡Quién pueda! Quien pueda pagárselo, sea bueno o malo y, quien no pueda pagar que quede fuera, sea bueno o malo. Al fin, algo habrá de distinguir los hijos de los nuestros de los de la plebe. Y que no vengan estos a ocupar los puestos de los hijos de las personas preeminentes (Fraga dixit).
Y, ¿qué pasará con los niños y niñas cuyos padres no puedan pagar la educación secundaria? Pues lo natural. Ahora que los mercados y el PODER nos llevan directos a la sociedad laboral del siglo XIX, revivamos a Oliver Twist.
Rafa Castillo.

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