lunes, 12 de diciembre de 2011

¿Sabe alguien donde está Durban?

 Parece un antiguo recuerdo, pero no hace mucho empezábamos a plantearnos casi en serio el tema del cambio climático. Con escasas excepciones, como el famoso primo de Rajoy, la mayoría de los científicos nos advertían del peligro de irreversibilidad si no se adoptaban medidas en un plazo prudencial.
 Ya incluso antes del famoso protocolo de Kyoto, USA amenazaba con sanciones cuando empresas japonesas se plantearon hacer nuevas autopistas en el Amazonas. El mismo Obama, pese a que en su país el asunto no es muy popular hizo en su campaña electoral y los primeros meses de gobierno, una apuesta por el medio ambiente. Recuerdo que ponía incluso a España como ejemplo a seguir en energías renovables.
Aunque los avances de Kyoto eran tímidos, el simple hecho de tener que pagar derechos de emisión de CO2, hacía que las empresas más contaminantes tuviesen que diversificar sus imputs energéticos.
Es más. En los primeros momentos de la crisis, cuando su actual alcance era imprevisible, se planteaba el medio ambiente como factor de inversión y de impulso en la creación de empleo y riqueza.
Pero no. Como dirían los cubanos, llegó el mercado y mandó a parar. Todos tenemos que ahorrar, así que se acabó el pensar en el medio ambiente. Si nos plantean recortar la sanidad de las personas, a quien se le va a ocurrir invertir en la salud de la naturaleza.
Y claro. Como un daño colateral de la crisis, o seguramente como un subproducto deseado por quienes manejan la mano invisible del mercado, se acabaron las medidas proteccionistas, las sanciones por contaminación o la obligación de tomar medidas anticontaminantes. Y de repente las grandes empresas se ven libres de este gasto que reducía sus ganancias.
Pero, ¿es que los propietarios o gestores de las grandes empresas son suicidas? ¡Que va! Nada más lejos de la realidad. Los efectos del cambio climático se manifestarán a medio o largo plazo. No hace falta hacer la pregunta. Por supuesto piensan también en sus nietos y sus descendientes.
Pero seguro que cuando los efectos sean importantes, la ciencia habrá encontrado formas de evitar el daño que produzcan en las personas. Serán caros, pero es igual. Como los servicios públicos no correrán con el gasto solo tendrán que pagar los que les hagan falta a ellos. Y quien no pueda pagarlos, pues pagará las consecuencias. Menos mal que para entonces no hará falta tanta mano de obra.
Así que, visto lo visto, casi es un éxito que en Durban se haya prolongado el protocolo de Kyoto, aunque a los ya no firmantes de aquel, USA, China e India, se sumen ahora Canadá, Rusia y Japón.
Y habrá que agradecer que la veda para destruir la selva amazónica sea solo para un millón de kilómetros cuadrados. Pudo ser toda.
¡Ah! Y parece ser que una parte importante de los beneficios de la especulación que estrangulan nuestra economía, se están invirtiendo en la compra de tierras en el tercer mundo, especialmente en África. Allí hay mucho subsuelo sin explotar, y, cuando el clima lo ponga más difícil, el agua y los productos agrícolas tendrán buen precio en el mercado.
Rafa Castillo.

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