miércoles, 3 de junio de 2020

La nueva normalidad (2).


Estos meses estamos viviendo el segundo estado de alarma en esta etapa democrática. Y en la comparativa de uno y otro podemos analizar semejanzas y diferencias y el orden de los hechos ocurridos en ambos.
En 2010 lo primero fue la crisis. Una crisis causada por el hundimiento de un banco norteamericano, el Lehman Brothers, que arrastró en su caída a todo el sistema bancario mundial. Esa crisis, que como habitualmente pagamos los ciudadanos de a pie, supuso el cierre de muchas pequeñas empresas, el paro para millones de trabajadores, y para los funcionarios, que tenemos la suerte de la estabilidad en el empleo, congelaciones y reducciones salariales.
Y los trabajadores públicos, viendo lo que ocurría a nuestro alrededor, asumimos con resignación el sacrificio que se nos exigía dando gracias por no correr el destino de los otros asalariados. Todos? No, todos no. En la pequeña aldea gala de Aena, un grupo de “valientes” trabajadores hicieron una huelga encubierta para que se incrementasen sus sueldos de seis cifras. Todos los controladores aéreos enfermaron de repente e hicieron cortar el espacio aéreo de España poniendo en peligro el único sector productivo del país, el turístico y hostelero, que podía tirar de la crisis después del desplome de la construcción. Y contribuyendo a dejar sin empleo a cientos de miles de trabajadores con sueldos de tres cifras.
Ante esa situación, el gobierno declaró el primer estado de alarma que permitió controlar la situación al militarizar temporalmente a los controladores. Y ese estado de alarma tuvo efectos sanitarios. De golpe desapareció la pandemia que afectaba a los controladores y todos curaron de repente.
Ahora es justamente al revés. Primero la pandemia, luego el estado de alarma y la inevitable crisis económica. Y con otras muchas diferencias. Esta vez la pandemia nos afecta a todos. Y el gobierno que tenemos, a diferencia del de Rajoy, intenta que no paguen la crisis los más débiles. Lo logrará o no es la incógnita, y dependerá de la duración de la pandemia, del posible rebrote, y de las decisiones de la UE.
Y la huelga? Esta vez la noticia es que no hay aprovechados de la situación para reivindicar mejoras laborales. Todo el personal sanitario se remangó y se puso manos a la obra (al servicio) sin ningún tipo de regateo, haciendo más horas de las obligatorias y viviendo momentos de estrés que no tienen nada que envidiar al de los controladores. Y enfermando por miles contagiados por sus pacientes. Y reincorporándose al trabajo al día siguiente de curar.
La sociedad se lo ha reconocido con aplausos. Pero eso no basta. La sociedad tiene que apoyar unánimemente el reconocimiento de estos profesionales y mejoras laborales y salariales para ellos.
Y no quiero cerrar este artículo sin hacer una reflexión sobre el derecho a la huelga. Este derecho ha sido una difícil, y a veces dolorosa, conquista social a la que no podemos ni debemos renunciar. Y hay que aplicarla cuando sea necesaria, desde una huelga general cuando la política de un gobierno vaya contra los trabajadores, a la huelga sectorial o de empresa. Pero tenemos que ser escrupulosos con el intento de chantaje organizándola cuando más daño hace al país. Eso es tirar piedras contra nuestro propio tejado. Es cierto que para lograr los objetivos hay que llamar la atención de la sociedad. Pero el caso de los controladores nos demuestra que una minoría pueda ponernos en jaque a todos.
Y para llamar la atención sobre nuestro problema, tenemos otra solución, otro derecho logrado. La manifestación que hace visible nuestra lucha. Se visibiliza más nuestra reivindicación y con solo pequeños trastornos de movilidad.
Aunque esta conquista de los trabajadores la prostituyan los pijos de barrio Salamanca.
Rafa Castillo.

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