Y todos nos vemos representados en ambos roles y como tales actuamos. Pero el mercado, frío como un témpano, olvida a los más desnudos. Los que ni tienen trabajo ni capacidad de consumir, y dejaba tradicionalmente su solución a la caridad.
Desde que Cristóbal Colón emigró a América, creo recordar que sin “papeles”, los factores no inmóviles de producción, trabajo y capital, se fueron moviendo de un lado a otro cada vez con mayor libertad. Pero los otros, los desheredados de la tierra, carecen de ese derecho.
Nadie se opone a que nuestros países los visiten los consumidores, turistas o compradores, y cuantos más mejor. Cuando la economía crece y el paro se reduce al límite, nadie impide que inmigrantes del tercer mundo vengan a realizar los trabajos que los nacionales desechamos.
Pero ahora, en crisis, ya sobran también. Y surgen los nuevos fascistas en partidos de extrema derecha como en Dinamarca, o en partidos de la derecha clásica como algunos en el PP español, que calientan a las masas incitándolas a pensar que el origen del paro está en los extranjeros que ocupan “nuestros” puestos de trabajo. Olvidan que la crisis no la provocaron los inmigrantes sino “nuestro” capital, y olvidan que los trabajos que “nos quitan” son los que ninguno queríamos hace tres años.
Y entre tanto Europa avanzando vertiginosamente hacia atrás, cuestionándose el espacio de Schengen y cerrando las fronteras, como Francia con Italia hace unas semanas, o actualmente Dinamarca.
Como decían los jóvenes de los años sesenta, que paren el mundo que yo me bajo.
Rafa Castillo.
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