Empecemos, para dejarlo bien claro, con una declaración de principios: no
soy monárquico. Soy republicano. Pero al mismo tiempo he de decir que el debate
monarquía vs república es el que menos me interesa. Primero porque es imposible
con la actual composición parlamentaria que refleja, no olvidemos, la
composición social. Y entrar en propósitos imposibles no genera más que frustraciones.
Segundo, porque entre la monarquía sueca y la república húngara, tendría claro
que elegir. En cuanto a mi opinión sobre la “inviolabilidad del Rey” consultar
la anterior entrada: https://rafacastillo2.blogspot.com/2020/06/el-rey-irresponsable.html.
Y tercero porque hay objetivos mucho más importantes de que hablar. Un nuevo
pacto social, una mayor justicia fiscal, el reforzamiento de los servicios
públicos, el reconocimiento constitucional de los avances que sin duda logramos
en estos 45 años, la mayor integración y solidaridad en la UE que debería aspirar
a ser con el tiempo un Estado Federal. Momento en el que desaparecerían todas
las monarquías europeas. Y esta conclusión no es mía. Lo dijo, a finales de los
80, Sofía de Grecia, reina consorte de España.
Pero retrocedamos en el tiempo, incluso a antes de que derrocásemos, no
olvidemos que con una flebitis, al dictador Franco. Este había nombrado a Juan
Carlos de Borbón su sucesor en la jefatura del Estado a título de Rey. Y en esa
sucesión incluía todo el poder absoluto que tenía el general superlativo.
Conocía el hecho pero lo recordó ayer un periodista en una tertulia. En 1974
el entonces príncipe envió un emisario a Santiago Carrillo, secretario general
del Partido Comunista de España, para pedirle que no se opusieran a su
nombramiento y garantizarle que el PCE sería legalizado. Carrillo se lo comentó
a sus compañeros de ejecutiva, pero, por ser quien era, no les dijo quien era su
interlocutor. Con los años, en unas declaraciones dijo que el enviado del
príncipe era, nada más y nada menos, que Nicolás Franco, hermano del dictador.
Y sin duda los hechos demuestran que no fue este el único movimiento
internacional que hizo para asegurar el apoyo internacional a la transformación
democrática de España.
El 20-N de 1975, la flebitis, como dijimos derrotó a Franco. Y en
consecuencia en los días siguientes se realizaron dos actos de Estado. El 22-N,
Juan Carlos fue proclamado Rey. El 24, el funeral y entierro de Franco. En este
el personaje más visible fue Augusto Pinochet, a la sazón dictador de Chile. Y el
funeral lo ofició el ultraconservador cardenal de Toledo y primado de España.
En la proclamación del Rey, destacó la presencia de Valéry Giscard
d'Estaing, presidente de Francia que de algún modo apadrinó a Juan Carlos. Y la
misa de Estado que se celebró días después fue oficiada por el Presidente de la
Conferencia Episcopal, Vicente Enrique y Tarancón apodado por sus detractores
el cardenal rojo y al que los fachas abucheaban con la frase, Tarancón al
paredón.
Por cierto en su homilía el cardenal hizo al Rey una clara petición de
serlo de todos los españoles y buscar la reconciliación nacional, restituir las
libertades y promover la democracia. La prensa internacional sorprendida
especulaba si ese mensaje tenía o no el beneplácito de Juan Carlos, y a todos
los que teníamos entonces inquietudes políticas nos abría una tímida esperanza.
El Rey mantuvo como presidente del gobierno a Arias Navarro que había
sucedido en el puesto a Carrero Blanco después de que ETA lo elevara a los
cielos, y quien (Arias) había mostrado un cierto aperturismo con el llamado
espíritu del 12 de febrero y su Ley de Asociaciones. Se nombraron ministros a
alguno de los personajes más aperturistas del régimen como Fraga y Areilza. Pero
Arias había cambiado y después de su patético “españoles, Franco ha muerto” se
consideró el albacea político del dictador.
En junio del 76, el Rey hizo un viaje oficial a USA y, cosa poco frecuente,
fue invitado al Capitolio a pronunciar un discurso ante el Congreso de los
EEUU. Recuerdo ese discurso y el impacto que tuvo no solo a través de la prensa
española si no de la emisión internacional de radio París, que en mi casa se
escuchaba todas las noches. Buscando la literalidad en internet de la
intervención, destaco el siguiente párrafo:
"La Monarquía hará que se asegure el acceso ordenado al poder de las
distintas alternativas de gobierno, según los deseos del pueblo libremente
expresados". "La Corona ampara a la totalidad del pueblo y a cada uno
de los ciudadanos, garantizando, a través del derecho y mediante el ejercicio
de las libertades civiles, el imperio de la justicia".
El 1 de julio, tras una tensa reunión entre ambos, Arias amenazó al Rey con
dimitir si este no desmentía las interpretaciones de la prensa sobre su
discurso. Incluso se había publicado un off de record de Juan Carlos en el que
este decía que quería democratizar el país, pero Arias era una rémora. Los mentideros
políticos de la época afirmaban que cuando le dijo de dimitir el Rey lo puso a
la firma un documento de dimisión ya escrito.
No voy a hablar de las demás actuaciones positivas que se produjeron en su
reinado como el 23-F, la conferencia de paz de Madrid o su papel internacional
sobre todo con la comunidad hispanoamericana. O el reconocimiento que hizo a México
por haber acogido a los exiliados de la República.
Lo grave es que tras esa buena actuación pública, se escondía, dicho sin
paliativos, un presunto delincuente. Como en la novela “El extraño caso del
doctor Jekyll y mister Hyde”, hay dos personajes en Juan Carlos. Una visible y
otra oculta, de la que algo se intuía, aunque nadie podía sospechar que llegase
a tanto.
Y así, quien pudo pasar a la posteridad como el mejor Rey de la historia de
España acabó enterrado en su propio barro.
Solo le queda al emérito una salida digna. Reconocer su error, abandonar la
Zarzuela, y tal vez el país, y restituir al Estado lo que quede de su fortuna.
Y si no, Felipe tendrá que tomar la decisión más dolorosa para un hijo: “matar”
al padre.
Rafa Castillo.
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