miércoles, 1 de julio de 2015

Los referéndums los carga el diablo.

Ya fue un debate cuando se restauró la democracia en España. No en vano la Ley del Referéndum Nacional era una de las seis Leyes Fundamentales (pseudoconstitución) del Movimiento Nacional. Y que recuerde Franco la utilizó dos veces, con un éxito tan sonado que en España había más franquistas que habitantes. Pero es indudable que, descontando el probable pucherazo, una amplísima mayoría de ciudadanos participaba y votaba a favor.
La institución del referéndum se dota siempre de un indudable carácter plebiscitario, y por tanto maniqueo. Buenos y malos, o conmigo o contra mí. Por eso es habitual que las dictaduras y los populismos intermedios entre dictadura y democracia los utilicen. El ciudadano vota normalmente no con la cabeza sino con el corazón, movido por emociones y no por la razón.
Ello no quiere decir que no tenga madurez para votar. Nada más lejos de mi voluntad que poner en duda la democracia y todos sus instrumentos. Pero el mundo de hoy es muy complejo y es difícil encontrar problemas cuya solución sea tan fácil como un sí o un no. E igual que me asustan los políticos predecibles como Rajoy, aquellos que ya saben la solución antes de que se plantee el problema, y prefiero a los que piensan, reflexionan, consultan y luego resuelven, tampoco me considero capacitado, y como yo la mayoría de ciudadanos, para saber siempre que es lo mejor.
Yo creo que las democracias occidentales, totalmente perfectibles y necesitadas de regeneración, nos dan, sin embargo, la mejor solución. Cuando votamos a un partido político votamos por un sentimiento que representa, pero también a una trayectoria, una historia, un ideario, un programa y unas propuestas. Y a unas personas visibles en las que depositamos nuestra confianza en que actúen en nuestro nombre siguiendo aquellos condicionantes. Puede fallar, pero es corregible. Por eso las elecciones son periódicas.
Y es que además la política hace extraños compañeros de cama, o, dicho de otro modo, hace a extraños, compañeros de cama. La situación que vivimos trae en parte su origen en el Referéndum en Francia sobre el proyecto de Constitución Europea. Y en aquel Referéndum votaron el contra tantos los ultranacionalistas de Le Pen, que no querían Europa, como elementos de la izquierda que querían más Europa. Y al final, no hubo Europa. No cabe duda que un debate y negociación en la Asamblea Nacional Francesa hubiese propiciado un acuerdo entre los partidarios de la Constitución y los de mayor integración.
Y ahora tenemos el Referéndum griego. Y, reconociendo que los griegos tienen el mismo derecho que tuvieron los franceses a decidir su futuro, me asusta ver en el mismo bando de Syriza a los fascistas de Amanecer Dorado. Otra vez un extraño en mi cama. Y luego hay que ver como se gestiona con ellos ese resultado.
Ocurre además que Grecia, como antes Francia, no lo olvidemos, va a decidir en su Referéndum el futuro de todos. Como pretende hacerlo también Cameron en el reino Unido.
Entonces, después de ver la troica, las instituciones, los bancos, algunos gobiernos egoístas y pueblos que deciden unilateralmente el destino de todos, mi pregunta es: ¿Alguien sabe donde está el Parlamento Europeo? ¿Y por qué no un Referéndum de todos los ciudadanos europeos en circunscripción única sin territorializar los resultados sobre la Europa que queremos construir?
Y por supuesto. En el Referéndum griego votaré (si pudiese) NO.
Rafa Castillo.

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