sábado, 26 de febrero de 2011

Convulsión en el mundo árabe.

En los últimos meses, estamos asistiendo a un auténtico terremoto político en el mundo árabe comparable a la caída del muro de Berlín y el telón de acero de hace ya más de 20 años.
Desde la descolonización de Oriente Próximo y el Magreb (décadas 40-60) se instalaron en los países resultantes básicamente dos tipos de regímenes. Monarquías absolutas y repúblicas de corte popular y tendencia política generalmente de izquierdas pero igualmente dominadas por un partido único.
Durante los primeros años, y coincidiendo con la guerra fría, las repúblicas de manera abierta se alinearon con la Unión Soviética que apoyaba su posicionamiento frente a un Israel protegido de los Estados Unidos. Las monarquías se movían en una ambigüedad calculada entre un panarabismo en defensa del pueblo Palestino y sus intereses en los mercados del petróleo. De hecho es de recordar el embargo de petróleo de 1973 a causa de la guerra del Yom Kippur.
Pero a partir de esa guerra las circunstancias fueron cambiando paulatinamente. Los acuerdos de Camp David entre Israel y Egipto fueron el primer paso. La desaparición de la URSS aceleró el proceso, y todos los países se fueron acercando al mundo occidental que los aceptó y apoyó según sus intereses en cada momento (casos de Irán e Irak por ejemplo) salvo los declarados por Bush como el eje del mal. Incluso hace unos años se desclasificó de ese eje a Libia con quien Occidente tiene importantes acuerdos comerciales.
Y estando así las cosas, Occidente vivía tranquilo soñando que el status quo se mantuviese eternamente. El mundo de las libertades y derechos acepta complacido y respalda la estabilidad de terceros países dictatoriales con pueblos oprimidos. No quiere decir esto que no haya que negociar con ellos. Pero las relaciones políticas tendrían que haber sido de otro nivel.
Así cuando hablamos o negociamos o nos relacionamos con un país europeo o con USA, lo hacemos con su pueblo. Tenemos naturalmente en cuenta el gobierno de turno, pero vemos el conjunto del estado en las posibles alternativas de gobierno. Con el mundo árabe, no. No pensamos en su pueblo, sino en su gobierno estable a quien respaldamos para que no caiga.
En 1991 se celebraron elecciones democráticas en Argelia. En la primera vuelta ganó ampliamente un partido islamista con lo que el ejercito impidió la segunda vuelta y formó un Consejo de Estado con el partido perdedor ante el silencio cómplice, cuando no el respaldo abierto, del mundo democrático.
Pero ahora empiezan a caer los antiguos regímenes y nos coge, como casi siempre, con el pie cambiado. No sabemos cuál o cuáles serán las alternativas. Vendrán gobiernos cuya naturaleza, democrática o no, desconocemos y será posiblemente diferente en cada país. Habrá países que evolucionarán hacia una democracia parecida a la nuestra. Otros caerán en manos de dictaduras integristas, o laicas de uno u otro signo. Incluso, como ya ocurrió con la órbita soviética, pueden aparecer nuevos países.
Y tenemos que empezar a matizar conceptos. Un partido islamista no tiene por que ser bueno o malo. Puede simplemente ser un partido confesional que pretende imponer sus ideas de forma democrática y respetando la alternancia en el poder. Como en Europa los partidos populares o democristianos tienen propuestas políticas conforme al cristianismo. E incluso en casos extremos, como el de Le Pen en Francia, los partidos pueden participar. Otra cosa son los que pretendan terminar con el sistema constitucional y las elecciones.
Y además de con el pie cambiado, este proceso nos coge en mal momento, con una crisis muy fuerte y sin medios para apoyar las nuevas democracias que surjan. Tal vez nuestro lugar lo acaben ocupando China y los demás países emergentes.
Y finalmente una duda que no quisiera ni imaginar que fuese cierto. ¿Todo lo que está pasando, lo habrán impulsado los “nuestros”?
Rafa Castillo.

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