Como teníamos que hacer
cuando la banda actuaba los que discrepábamos de la derecha en el tema de ETA,
ahora con Venezuela tenemos que empezar justificándonos con la jaculatoria “yo
no apoyo a Maduro”. Y hecha esta disculpa, supongo que se me permitirá expresar
mi opinión sobre los acontecimientos de Venezuela.
En Venezuela hay un gobierno,
internacionalmente reconocido hasta ahora, y elegido democráticamente por los
electores de su país. Por supuesto, sé que Maduro no es un demócrata como no lo
fue su antecesor, el golpista Chávez. Como también fueron elegidos
democráticamente los 12 diputados de VOX en Andalucía, y para mí, por su
pensamiento, no lo son.
La realidad del mundo es que
la mayoría de los países no son democracias homologables a las de los países de
la antigua UE (no todos los actuales socios lo son a ese nivel) y el resto de lo
que en su día se llamaba Occidente: Canadá, Noruega, Finlandia, Islandia, USA,
Canadá, Australia, Japón y pocos más. Luego hay democracias incipientes, o al
menos diferentes a las nuestras, reinos tiránicos y auténticas dictaduras.
Pero nuestro mundo
occidental, que no duda en comprar petróleo o vender armas a auténticos
sátrapas como los gobernantes de muchos países árabes, se pone exquisito cuando
se trata de gobiernos tiránicos como el actual régimen chavista.
Y hagamos una declaración de
principios. Un demócrata no puede apoyar NUNCA un golpe de Estado. Y lo que ha
ocurrido en Venezuela es un golpe de Estado. Analicémoslo.
Es cierto que la Asamblea
Nacional de Venezuela fue elegida democráticamente por el pueblo venezolano.
Pero también lo fue Maduro, mal que nos pese. Por el mismo pueblo, por similar
procedimiento, con la misma Ley Electoral y, por tanto, con las mismas
garantías.
Es lo que tienen los
regímenes presidencialistas. Del mismo cuerpo electoral puede salir un
ejecutivo y un legislativo diferentes. A veces, opuestos. Ejemplos de esto los
vimos varias veces en los Estados Unidos o en Francia. Eso no ocurre en las
llamadas democracias parlamentarias, como la nuestra, en las que el ejecutivo
no se elige directamente por los ciudadanos sino por los miembros del
legislativo.
Y cuando se eligen por
separado el ejecutivo y el legislativo, a quien corresponde legítimamente
gobernar, nos guste o no, es al ejecutivo. Y romper este orden de cosas,
legalmente establecido en la correspondiente Constitución, es un golpe de
Estado. Y como mirar a Venezuela puede cegarnos, veamos otros ejemplos, reales
o posibles, para analizarlo por comparación.
El primer martes después del
primer lunes de noviembre de 2016 fue elegido presidente de USA Donald Trump.
Una primera puntualización. El sistema electoral del país lo hace presidente
aunque no obtuvo la mayoría de votos siendo superado por la candidata del
partido Demócrata, Hillary Cinton. Y otra. Hay claros indicios de que esas
elecciones sufrieron insanas influencias de otras potencias extranjeras.
Y el primer martes después
del primer lunes de noviembre de 2018, en unas elecciones parciales, tan
legítimas como la anterior, fue elegido el Congreso de USA con mayoría
Demócrata y en este caso si con mayoría de votos. La misma lógica de la
oposición venezolana, aplicada a EEUU, permitiría a la líder del partido
Demócrata declarar que la victoria de Trump no fue legítima y proclamarse
Presidenta Interina de los Estados Unidos. Pero nadie lo admitiríamos porque
sería la quiebra del sistema constitucional norteamericano. Ser
democráticamente elegido no es una patente de corso.
Pongamos otro caso. Más real
y próximo. En 2017, Carles Puigdemont era el presidente legal y legítimo de la
Generalitat de Catalunya. Saltándose la Constitución y las leyes, y
excediéndose en sus atribuciones, proclamó la independencia catalana. Y esto
fue considerado un golpe de Estado. Igual que en Venezuela.
Pero los neofachitas Casado y Rivera y su aliado
Abascal, ven la paja en Catalunya, pero no la viga venezolana. Y piden que el
gobierno de España rompa el orden internacional reconociendo unilateralmente al
auto proclamado nuevo presidente. Como hace Trump y Bolsonaro, dos auténticos
ejemplos a seguir.
Y es en el orden internacional donde hay que solucionar
el problema. La democracia no se impone por la fuerza. Se logra cuando se
amplía la base social que la apoya. Y en eso los demócratas de fuera, tenemos
un importante papel. No quebrar nuestras convicciones cuando la situación nos
interesa. Se podría usar el método del palo y la zanahoria (bloqueo vs
cooperación) como forma de presión? Sí, por supuesto. Pero siempre que se haga
lo mismo, más o menos, con todos los países en situaciones similares. Bloquear a
Venezuela y comerciar con Arabia Saudí genera en los venezolanos el sentimiento
de agravio y con ello el efecto contrario al deseado.
En resumen. No se puede apoyar NUNCA un golpe de estado,
ni contra una dictadura.
Aunque… todo tiene un precedente.
Recordáis la revolución de los claveles?
Rafa Castillo.
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