Enumeremos,
en primer lugar, varios de los problemas que, global o localmente, nos afectan.
El cambio climático, los incendios forestales, la despoblación rural y la
migración. Y analicemos posibles soluciones.
La despoblación
no tiene una solución fácil. Se habla muchas veces de polígonos industriales,
mejora de servicios públicos e infraestructuras y otras soluciones similares. Es
cierto que los servicios e infraestructuras hay que mejorarlas, también por los
que aún vivimos en el campo. Y eso evitará más abandono, pero no traerá nueva
población.
Tampoco
los polígonos industriales son la panacea. En primer lugar porque no puede
haber tantos como ayuntamientos. En segundo porque las necesidades de las
empresas son muy complejas según su naturaleza. No solo terreno barato y dotado
de servicios. También la existencia de mano de obra cualificada y la presencia
de más empresas que generen sinergias, y eso solo lo encuentran en las
ciudades.
Por su
parte el problema de los incendios no se resuelve solo con medios. Nunca se
tendrán los suficientes cuando, como estas semanas pasadas, se producen
numerosos incendios simultáneos. Y además, sería muy caro.
Es habitual
decir que los incendios se apagan en invierno. Y es cierto. El desbroce y la
limpieza del monte son fundamentales para evitar incendios, y para que, si se
producen, sean fáciles de controlar y extinguir. Solo que yo discrepo sobre la
forma de realizar esos desbroces.
En 1492,
después de vencer a los árabes, los Reyes Católicos comenzaron la colonización
de América. En 1939, después de vencer a los republicanos, los fascistas
decidieron que había que colonizar… España! Curiosamente, quienes decían que
España es la nación más antigua del mundo pensaron que había que colonizarla. Y
así crearon el Instituto Nacional de Colonización.
Es cierto
que zonas de Castilla y Extremadura eran manifiestamente mejorables y había que
realizar en ellas transformaciones que mejorasen su capacidad productiva, e
incluso establecer nuevos asentamientos humanos en zonas despobladas.
Pero
nada justifica que los tecnócratas del Opus Dei entrasen a saco en el rural
gallego. Y así el desarrollismo consistió en cambiar la estructura de
producción en lugar de mejorarla, lo que seguramente sí sería necesario.
Y así
se talaron los árboles autóctonos y se substituyeron por pinos y eucaliptos de
crecimiento rápido. Pero con los árboles se fueron los rebaños de cabras y
ovejas que pacían debajo. Y se dejó de alimentar el cerdo celta substituido por
el cerdo de York, menos graso, pero de menor calidad.
Se introdujeron
de forma indiscriminada las vacas de producción láctea desplazando la
inmejorable rubia gallega, y haciendo del pienso la base de la alimentación
animal en lugar del pasto o el forraje de producción propia.
Y en
lugar de explotaciones dimensionadas a los recursos naturales, que naturalmente
deberían ser mayores que las preexistentes, se establecieron macroexplotaciones
cuyos titulares ya no trabajan la tierra sino que dan alimento a sus animales
en una suerte de cadena de producción de alimentos.
Y así
el campo se fue abandonando.
La solución
es compleja. Y lleva tiempo. Pero se debería empezar ya. Y la solución pasa por
la paulatina repoblación del monte con especies autóctonas. La vuelta de los
rebaños a la sombra de los árboles. La sustitución de las explotaciones
intensivas por las extensivas. En definitiva, la solución no pasa por los
sectores secundario o terciario. Nadie abre un bar donde no hay gente. Hay que
empezar por el sector primario con una nueva política agraria. Con una
ambiciosa reforma agraria.
Esto
si fijará población. Con el campo habitado, si se crearán empresas de
servicios. Y en algunos lugares, industrias.
Y como
valores añadidos, habrá trabajo para migrantes. Y se evitarán muchos incendios
forestales. Y colaboraremos, modestamente, a revertir el cambio climático.
Un saludo a los xenófobos, conspiranoicos, negacionistas y demás terraplanistas.
Rafa Castillo.
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