viernes, 26 de octubre de 2012

¡Basta ya!

Se preguntaba Bob Dylan en los años setenta cuantos caminos tiene que recorrer un hombre para que puedas llamarlo hombre. Y esa pregunta está muy de actualidad porque hemos llegado a un mundo tan deshumanizado que ya se hace difícil que se nos pueda llamar hombres o mujeres. Somos consumidores, trabajadores, parados o jubilados, factores de producción, elementos del mercado o agentes económicos, pero nos han llevado a un punto de tanto temor que ya no somos capaces de levantar la voz y decir ¡basta! pegando un puñetazo en la ventanilla del banco, en la mesa del explotador o en el alma de la especulación.
Hoy no voy a escribir de política. No puedo. Ni resaltar las debilidades de los míos ni condenar la mala fe de los otros. Hoy solo puedo hablar de lo más importante, de lo más trascendente, de aquello que solíamos llamar ser humano. Aquel al que le preocupaban hechos que hoy solo encuentran un pequeño recuadro en las páginas interiores de los periódicos o rellenan el tiempo que va de la economía y la política a los deportes en los telediarios. Hoy hay que hablar de la muerte.
No sé cuál de los partidos de la champions league se jugaba. Aquel autónomo veía el partido en casa de unos amigos. Seguramente, aunque externamente celebraba o lamentaba los goles (que más da), su mente estaba en otro sitio. No sé siquiera si estaba casado y tenía hijos. Ni me voy a preocupar de enterarme, porque no busco el morbo. En sus hijos, en su familia o en sí mismo. Allí estaba su pensamiento. En la vida que le esperaba, no en un genérico y lejano día de mañana, sino a partir del concreto día mañana.
Seguramente comentó con sus amigos las jugadas del partido mientras tomaba la última (bien sabía él que era la última) cerveza. Al despedirse tal vez mintió un hasta mañana, o quizás su subconsciente le hizo pronunciar un adiós premonitorio. No fue a casa. Seguramente vagó largas horas por las calles de Granada acariciando su trágica decisión y esperando encontrar tras cada esquina una solución que le salvase. Pero fue inútil.
¿Cómo había llegado a aquella situación? Mientras salvábamos la banca mundial con nuestro bienestar perdido, haciéndole pagar más impuestos a cambio de menos servicios, y causando seguramente pérdidas en su tienda por la caída del consumo, mientras la sociedad tenía piedad de los bancos, su banco no se apiadó de él. No buscó facilitarle las cosas, aplazar pagos, alargar plazos, ni siquiera aceptar la donación en pago de su vivienda. Fríamente contabilizaba sus impagos sumándolos con avaricia hasta el momento de poder ejecutar su hipoteca. Y había llegado el día.
A la mañana siguiente, después de que su hermano encontrase su cuerpo aún tibio colgado en el pequeño negocio que ambos compartían, se encontraron en su casa dos comitivas judiciales. La del juez de lo civil con su orden de embargo. La del juez de lo penal levantando su cadáver.
Y a este miserable occidente, aún vienen huyendo de su miseria gentes del tercer mundo que juegan sus vidas a la ruleta rusa de la patera.
¡Por favor! ¡Paren esto que quiero apearme!

Rafa Castillo.

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