martes, 1 de noviembre de 2016

Las cosas por su nombre.

Ayer tuve el honor de participar en el homenaje al alcalde de San Tirso de Abres. D. Clemente Amago. Y el privilegio de compartir atril con, entre otros, tres poetas, Belén Rico Prieto, Claudio Rodríguez Fer y Xosé Miguel Suárez “Tapia”.
Y de camino a casa, escuchar a esos artistas de la palabra, me hizo reflexionar sobre la importancia de la palabra en estos actos. Porque finalizada, y perdida, la guerra hace ya 77 años, es la batalla de las palabras la que tenemos que ganar. Al fin las palabras escriben la historia y en esta tiene que quedar claro quien y que fue cada uno.
Para comenzar por el principio habría que analizar los nombres con los que los historiadores del franquismo bautizaron a los bandos contendientes. Y me niego a aceptar que los golpistas sean los Nacionales. Nacionales eran los auténticos representantes de la Nación. Los otros fueron el grupo terrorista que se enfrentaron a ella.
Muchos legítimos representantes del pueblo fueron acusados, juzgados y condenados por rebelión y por traición. La palabra rebelión, que tiene una acepción noble cuando se ejerce contra la injusticia y la opresión, no puede aplicarse en su aspecto negativo a quienes defendían la legalidad vigente frente al ataque de los facciosos.
Más grave e injusto es aplicar a los demócratas la palabra traición. No puede llamarse traidor a la patria a quienes la defendían, pues la patria no es un concepto que pueda ser definido por la voluntad de una parte. La patria la define la voluntad del pueblo, de la Nación, y esta la concretan quien gana democráticamente las elecciones. Y quienes se alzaron contra esta legalidad fueron los traidores a la patria.
Tampoco lo del 36 fue un golpe de Estado. Este concepto, en si mismo, es neutro. Un golpe de Estado contra una democracia es negativo, pero contra una dictadura, como fue el 25 de abril en Portugal, no es lo mismo. Lo que hubo aquí fue simplemente un acto terrorista que triunfó. Al fin el terrorismo puede definirse como “forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general”. Pues eso.
Finalmente, al general superlativo le llamaron caudillo. Y esto suena como a líder. Y tampoco lo fue. Liderar es “encabezar y dirigir un grupo o movimiento social” y supone que ese grupo y sociedad está detrás y conforme con el líder. Y no. El régimen franquista fue directamente una tiranía.
Rafa Castillo.

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